Todos los motores, aunque en especial los que funcionan con combustible diésel, producen una serie de residuos durante el proceso de combustión que pueden acumularse en ciertas partes mecánicas impidiendo el correcto funcionamiento del 'corazón' de nuestro vehículo.

En el caso de los diésel, además cuentan con una vávula EGR que se encarga de recircular los gases del motor y que si acumula gran cantidad de estos residuos puede tener consecuencias en el funcionamiento del coche. Por ejemplo, el motor puede calarse a bajas revoluciones.

¿Cómo se puede detectar que el motor está sufriendo una acumulación excesiva de la llamada carbonilla? Se nota ya que el vehículo sufre pérdidas de potencia y aceleración.

Otros síntomas son el aumento sin motivo aparente del consumo de combustible o si sale demasiado humo negro y de forma constante por el tubo de escape al acelerar.

Una vez que se detecta el problema, el remedio más rápido (y también el más seguro) es acudir al taller. Allí, el mecánico se encargará de realizar una descarbonización del motor. Cuesta entre 50 y 100 euros.

Aunque para evitar llegar a este punto, hay varios trucos y consejos que evitarán la aparición de la carbonilla en el motor. El más sencillo es, una vez que el motor está caliente, salir a la autovía y mantener el coche circulando a altar revoluciones durante al menos tres minutos.

Este proceso le da al motor la cantidad de aire necesaria para refrigerarse durante ese momento de trabajo extra y los gases de escape podrán salir con la suficiente fuerza y temperatura para limpiar los conductos de carbonilla.

También es de extrema importancia usar combustibles y aditivos de calidad, ya que un diésel dañino podría provocar una acumulación extra de estos residuos.

Por último, una circulación exclusivamente urbana provoca en los coches diésel que aumente la producción y acumulación de carbonilla. Forzar estos motores a trabajar a bajas revoluciones en exceso no es nada recomendable.