Nada más llegar al Hospital Can Misses, al antiguo edificio ahora reconvertido en la uni-dad de media estancia Ca Na Majora, allá por el mes de mayo de 2010, me agarró del brazo y empezó a mostrarme las entrañas del funcionamiento del hospital en general, y de nuestro servi-cio en particular, con cariño, enorme empatía y sentido del humor. «Este planning cambia más que la Bolsa de Tokio», «Bienvenido al Hospital Can Misses (pronun-ciado Can Maises como si de un hospital americano de referencia se tratara)», o llamar «máquina de impedir» a las dificultades que ocasionalmente aparecían en las gestiones que tenemos que llevar a cabo desde el ingreso de un paciente que precisa una intervención quirúrgica hasta que llega a la mesa de quirófano. Posteriormente me enseñó su pequeño altar, su Santa Trinidad: re-tratos de D.A. Maradona y Carlos Gardel y el escudo de su club de fútbol de toda la vida, Gimna-sia y Esgrima de La Plata.

Y por supuesto, sus nenas, sus queridísimas y amadas hijas.Desde entonces se convirtió en uno de los mejores compañeros que he tenido nunca, pero también en un gran amigo. Y con la seguridad y rotundidad que lo puedo afirmar yo, también lo podrían hacer todos y cada uno de los compañeros que han pasado por el Servicio de Anestesiología de Can Misses a lo largo de estos diez años.Desde que ocurrió la trágica noticia, no han parado de llegarnos mensajes desde todos los puntos geográficos acordándose de su figura. Empezando por todos nuestros compañeros de anestesia y otras especialidades, y pasando por enfermeras, auxiliares de enfermería, celadores, técnicos de laboratorio, técnicos de mantenimiento, personal de limpieza, cafetería y una interminable lista de personas que compartieron distintos momentos y situaciones con él, y de los que es unánime el sentimiento de recordarlo como una gran persona.Compañero, amigo, consejero, padre, hermano, pero sobre todo un magnífico ser hu-mano. Reflexivo, conciliador, dialogante, familiar, trabajador, ingenioso, con un sentido del humor desbordante y siempre dispuesto a escuchar, siempre dispuesto a ayudar de manera totalmente desinteresada. En un momento determinado la vida se le torció. Desde entonces sufrió por ello lo indeci-ble, y aún así no dejó de prestar su atención y ayuda a todo el que se lo pidió. Pero emocional-mente le dejó una herida que ya no se cerró. Todos te recordaremos siempre, Cristian. Y espero que allá donde estés, sigas cantando los tangos de Carlitos Gardel y los goles de Gimnasia. Nunca te olvidaremos, compañero.