Agentes de la Agencia Tributaria comenzaron ayer tarde a registrar el domicilio madrileño del que fue vicepresidente económico de los gobiernos que presidió José María Aznar, Rodrigo Rato. Las pesquisas se enmarcan en la investigación de la que está siendo objeto el exdirigente conservador por un posible delito de blanqueo de capitales tras acogerse a la amnistía fiscal de 2012. Rato, además, está imputado en la causa abierta en la Audiencia Nacional por las irregularidades detectadas en la fusión y salida a Bolsa de Bankia, entidad financiera de la que fue presidente y en la que se han detectado numerosas corruptelas por parte de sus directivos por el uso de las ‘tarjetas black’.

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Rato, icono de la corrupción. La figura de Rodrigo Rato ejemplifica el grado de decrepitud que ha invadido durante décadas a parte de la clase política española, circunstancia que alcanza una especial gravedad en su caso ya que él fue el responsable de la política económica de España durante dos legislatura, además de presidente del Fondo Monetario Internacional. El comportamiento de Rato, que se acogió a la amnistía fiscal de 2012, pulveriza el mínimo exigible de ejemplaridad para un político que tuvo en sus manos la gestión e inspección tributaria del país. No debe extrañar, por tanto, la indignación y desafección ciudadana.

El sucesor de Aznar. Todas las circunstancias que rodean a Rodrigo Rato adquieren una especial trascendencia cuando se recuerda que él estuvo a punto de ser el sucesor de Aznar al frente del Partido Popular, cuando concitaba el apoyo de los sectores más poderosos de la economía española que alababan su gestión como vicepresidente del Gobierno. El prestigio que antaño acumuló Rato ha saltado por los aires. Su precipitada salida del FMI y las tropelías al frente de Bankia tienen, ahora, otro elemento más que define al personaje: la defraudación fiscal a gran escala. Las sorpresas, desagradables, no dejan de sorprender a los ciudadanos.