La llegada de Felipe González a Caracas para entrevistarse con tres opositores encarcelados por el régimen de Maduro ha despertado reacciones airadas por parte de las autoridades. González ha sido acusado de «lobista» y de intentar desestabilizar Venezuela. El exmandatario español no cabe de gozo ya que ha vuelto a ser protagonista de las primeras páginas y de los telediarios tras casi dos décadas de ostracismo. De hecho, su visita ha adquirido una gran relevancia internacional, superior, incluso, que en España.

Tacto con las excolonias. Hasta hace dos siglos Venezuela fue colonia española. Su independencia se fraguó tras una guerra terrible, plagada de matanzas y luchas fratricidas, inmortalizadas en las obras del escritor Arturo Uslar Pietri. La llegada de un expresidente de la antigua metrópoli para meterse en asuntos internos venezolados produce por fuerza efectos incendiarios. Por muy injusto y antidemocrático que sea el régimen de Nicolás Maduro, toda nación seria tiene que ir con mucho cuidado para no interferir mediáticamente en contradicciones de su excolonia. ¿Qué habría dicho González hace dos décadas si se hubiera presentado en España el expresidente de otro Estado para investigar los crímenes de los GAL?

Desprecio a Latinoamérica. Salvo contadas excepciones, España no ha sabido desarrollar una política inteligente con sus excolonias americanas. Con otras, como Filipinas o Guinea Ecuatorial, se ha pasado directamente a la indiferencia. Esta situación no es comparable con las relaciones que mantiene el Reino Unido con Canadá, Australia o Nueva Zelanda, siempre basadas en la igualdad, en el respeto y en la ayuda mútua. Por contra, los dirigentes o exdirigentes españoles no pueden disimular un obsoleto y vácuo complejo de superioridad sobre las naciones del centro o del sur de América. Por eso González ha sido recibido en Caracas como un altivo virrey y no como un defensor de los Derechos Humanos. Su presencia no calma, sino que añade gasolina al fuego.