El durísimo revés electoral sufrido por el oficialismo venezolano pone en entredicho el régimen chavista que encarna el presidente, Nicolás Maduro. Las elecciones legislativas han significado un claro triunfo de la oposición –a la espera de los últimos resultados que podrían ampliar todavía más su diferencia–, una amalgama de formaciones políticas que basculan desde el centro izquierda hasta posiciones de la derecha más radical. En todo caso, Venezuela inicia un complejo período de difícil cohabitación en la que Maduro, por mandato constitucional, puede mantenerse en el cargo hasta el año 2019 mientras la asamblea legislativa queda bajo el control de sus adversarios. El socialismo populista que implantó Hugo Chávez hace 17 años está tocando a su fin.

Las razones. Tres son los motivos por los que la Mesa de la Unidad Democrática ha logrado imponerse de una manera tan clara, 99 diputados, al Partido Socialista Unido de Venezuela, con 46 escaños, cuando todavía faltan por adjudicar 22. La crisis económica y la inseguridad se habían adueñado del país en los últimos años, síntomas de la incapacidad de Maduro por gestionar un cada vez más evidente aislamiento internacional y que había provocado la huida de las principales empresas extranjeras. De poco o nada sirve tener como casi único y principal aliado al régimen castrista cubano. Esta situación ha derivado en una escasez creciente de bienes, incluso de primera necesidad, que la población ha acabado castigando en las urnas.

Castigo político. Los venezolanos también han rechazado las últimas maniobras del chavismo para apartar a sus opositores, algunos de los cuales se ha querido silenciar mediante su ingreso en prisión. Se abre ahora un período de incertidumbre en el que Nicolás Maduro deberá gestionar su enorme debilidad tanto dentro como fuera de Venezuela, un tiempo decisivo para la transición al final definitivo del chavismo.