Los endiablados resultados de las pasadas elecciones del 20-D pondrán a prueba la capacidad de diálogo y acuerdo de las dos grandes formaciones políticas españolas, el PP y el PSOE. El encuentro que mantuvieron ayer Mariano Rajoy y Pedro Sánchez dejó claro el descarte de la gran alianza de conservadores y socialistas, una hipótesis tan descabellada como innecesaria. Por fortuna, España no se encuentra ante una situación de peligro o emergencia que justifique una coalición o entendimiento que sólo puede plantearse en situaciones excepcionales. Nuestro sistema democrático tiene fórmulas, por fortuna, para desencallar un eventual bloqueo institucional por indeseable que sea el que llegue a producirse.

La iniciativa, de Rajoy. El Partido Popular fue, con diferencia, la fuerza más vota y, en consecuencia, le corresponde a Mariano Rajoy intentar aglutinar los apoyos necesarios para tratar de superar la investidura. No será sencillo, la aproximación a Ciudadanos no sumaría la barrera de los 176 diputados de la mayoría absoluta. Pero es que la aritmética favorece a Rajoy para conseguir la mayoría simple, los grupos ideológicos de la izquierda, nacionalistas e independentistas superan el hipotético apoyo que podría permitir; incluso con abstenciones pactadas. La debilidad de Rajoy es casi equiparable a la de Sánchez, a pesar de que el dirigente socialista se ha ofrecido a «explorar todas las opciones» para poder presidir un Gobierno progresista. Tampoco sería suficiente un pacto con Podemos, la exigencia de un referendum en Catalunya por parte los grupos catalanes, ERC y DiL, es una condición inasumible para los socialistas; tal y como ha advertido desde Andalucía su presidenta, Susana Díaz.

Dos meses. Se abre un período de dos meses en los que van a multiplicarse los contactos políticos para intentar conformar una mayoría que garantice la investidura del próximo presidente, cuyo nombre es una incógnita. Diálogo y generosidad son las premisas de la negociación, que si fracasa obligará a convocar nuevas eleciones.