Este periódico informaba ayer en portada sobre una historia estremecedora, que tiene como protagonista a un joven de 21 años que ha ingresado en la prisión de Ibiza por golpear con una botella en la cabeza a un indigente, a quien previamente le había robado una mochila y pateado junto a un grupo de menores. El Ministerio Fiscal solicitó prisión sin fianza para el acusado, a quien imputa la autoría de los delitos de robo con violencia, lesiones y un delito contra la integridad moral. El fiscal sostiene que el joven actuó «movido por el desprecio y para menospreciar la dignidad de la víctima».

La historia.
Al parecer, los hechos se produjeron la madrugada del viernes en el Passeig de ses Fonts de Sant Antoni de Portmany, lugar donde la víctima se encontraba tumbada. En ese momento el indigente fue abordado por un grupo de 8 personas. El acusado quitó la mochila a la víctima y abandonó el lugar a la carrera junto al resto del grupo. El indigente pidió al joven que le devolviese la mochila, seguramente su única pertenencia, y fue objeto de un botellazo en la cabeza. La Guardia Civil pudo identificar a un menor de edad que declaró ante la Fiscalía de Menores.

Contundencia.
Es un consuelo que la Justicia actúe con tanta contundencia en casos como estos. Porque no es admisible que se menosprecie y denigre a nadie, y mucho menos que se ataque con una botella a una persona vulnerable que, desgraciadamente, no tiene hogar y vive en la calle. El respeto por los demás es un principio básico de cualquier sociedad democrática, pero ese respeto debe ser aún mayor para todos aquellos a quienes el infortunio golpea y la vida no les sonríe. En estos casos los jueces y tribunales deben actuar con máxima severidad, sin compasión. Y los que no respetan a sus semejantes, deben pagar por ello. Quienes agreden y roban a personas vulnerables, pobres e indefensas merecerían probar esa situación. Pero mientras tanto, la cárcel puede enseñarles la gravedad de sus crueles actos.