Apenas una semana ha durado en el cargo de ministro de Cultura y Deporte Màxim Huerta, el periodista y escritor que Pedro Sánchez incluyó en su Gobierno como un gesto de innovación y modernidad. Un fraude fiscal detectado por la Agencia Tributaria años atrás, saldado mediante una sentencia judicial, ha puesto fin a una efímera carrera política –ha sido el ministro más breve de la democracia– de un personaje mediático, siempre perseguido por sus mensajes inconvenientes o polémico en las redes sociales. El presidente Sánchez ha querido zanjar de inmediato la crisis y hoy tomará posesión del cargo José Guirao, exdirector del Museo Reina Sofía.

Nueva sensibilidad política y social.
La bisoñez y la imprudencia política de Màxim Huerta ha quedado de manifiesto en este episodio, incapaz de asumir –incluso en su despedida– que corren nuevos tiempos en la política y la sociedad española. La cuestión es que, de manera deliberada –a tenor de las sentencias– utilizó una fórmula fraudulenta para liquidar sus deudas con Hacienda y obtener un beneficio propio. La picaresca ya no tiene, afortunadamente, buen cartel en nuestro país, un aspecto que Huerta no había apreciado hasta ahora. La presión mediática y de los grupos que apoyaron la moción de censura han provocado la dimisión. Un desenlace esperado que también lleva implícito el mensaje de que en cuestión de nombramientos hay que evitar las extravagancias.

La ejemplaridad de Sánchez.
Pedro Sánchez ha optado por cerrar la crisis sin contemplaciones, lanzando un mensaje claro de que son otras las formas que marcan la gestión política en España; muy diferentes a las que aplicó en muchos casos el Partido Popular en la etapa de Rajoy en La Moncloa. Los ciudadanos están ávidos de contemplar que las promesas de transparencia y honestidad no se diluyen en pretextos improvisados. La corrupción ha impuesto una nueva cultura política que todos los partidos deben asumir.