La ola de protestas tras la muerte de un afroamericano, George Floyd, a manos de la policía de Mineápolis ha desatado una ola de protestas en Estados Unidos, las cuales se han extendido por numerosos países. Los incidentes, que en algunas ocasiones han obligado a la intervención de la Guardia Nacional, han llegado hasta las puertas de la Casa Blanca. La indignación ciudadana se ha visto alimentada, en buena medida, por la actitud desafiante del presidente Donald Trump que incluso ha llegado a amenazar con enviar al ejército para reprimir los disturbios. La crisis amenaza con convertirse en un serio obstáculo para la reelección de Trump en los comicios presidenciales del próximo mes de noviembre.

Incomodidad internacional.
Lo ocurrido en Mineápolis no se puede considerar un episodio aislado. Basta consultar en las redes para comprobar los numerosos casos de violencia gratuita, en muchas ocasiones con final trágico, protagonizada por agentes de policía contra ciudadanos afroamericanos. Durante los últimos años es perceptible un clima de hastío frente a esta situación de una comunidad muy numerosa en la sociedad americana y que se siente discriminada, en este sentido los estallidos de protesta son cada vez más frecuentes y de mayor intensidad. Además, en esta ocasión, lo ocurrido con Floyd –ahogado por la presión de un agente sobre su cuello– ha generado una manifiesta incomodidad en la comunidad internacional;#los 22 segundos de silencio del primer ministro del Canadá fueron muy explícitos.

Nuevos protocolos y profesionalidad.
La policía norteamericana debe cambiar con urgencia sus protocolos de seguridad, entender que represión no es un sinónimo de autoridad. No se oculta la dificultad de operar en un país con gran parte de sus ciudadanos armados, pero lo ocurrido en Mineápolis es una prueba palmaria de una actitud que no puede ser considerada profesional.