Aunque Moscú mantiene su compromiso de no invadir Ucrania, la tensión entre Rusia y el bloque occidental no cesa. La palabra de Putin ha quedado desacreditada después de la invasión unilateral de la península de Crimea en 2014, desde entonces se han sucedido las amenazas de manera creciente, hasta el momento actual en el que confluyen los intereses encontrados en materia de seguridad y economía entre ambos bloques. El nerviosismo en las cancillerías está más que justificado, el enfrentamiento armado es una opción que nadie quiere descartar en estos momentos. Es mucho lo que está en juego y nadie apuesta un desenlace amistoso.

Pérdida de influencia.
La base de este conflicto está en la interpretación que hace Vladimir Putin de lo que entiende como ‘occidentalización’ de sus principales países fronterizos, más interesados en integrarse en las organizaciones de la Unión Europea y la OTAN para garantizar su progreso económico y seguridad. Rusia ya no ofrece ningún blindaje contra las adversidades y pierde influencia en la zona, Ucrania es la última pieza en caer con su clara intención de entrar en las instituciones europeas. Para el Kremlin todos estos movimientos, que se remontan a las últimas décadas, precisan de una respuesta contundente para no seguir perdiendo terreno.

La UE se prepara.
La Unión Europea ha preparado una batería de severas medidas contra Rusia en el caso de que las tropas rusas invadan Ucrania, todas ellas pactadas con Estados Unidos y Gran Bretaña. La propuesta elaborada pretende aislar por completo la economía rusa, cerrando cualquier tipo de transacción; incluso la más estratégica: el suministro de gas. El aviso lanzado a Putin es, por tanto, serio y todo indica que sólo la unidad de acción –sin fisuras– puede hacerle recapacitar en su estrategia. Los próximos días y semanas serán determinantes para evaluar el alcance real de este conflicto.