La caída de la ciudad ucraniana de Avdiivka, en la provincia de Donetsk, ha supuesto un duro golpe a las expectativas de Kiev de recuperar territorio a las tropas rusas. Se trata, además, del principal éxito de los soldados de Putin desde que tomaron la ciudad de Bajmut, a sangre y fuego. En ambos casos el resultado ha sido idéntico: una carnicería y dos urbes completamente destrozadas. El problema es que los invasores no se van a detener en este enclave y ahora amenazan otros núcleos próximos, con la misma táctica utilizada hasta ahora: un uso infernal de la artillería combinado con drones letales, que castigan día y noche las posiciones ucranianas. Es, pues, un punto de inflexión en la guerra que comenzó hace ahora casi dos años, cuando los rusos cruzaron la frontera y atacaron a su vecino.

Falta alarmante de municiones.
Pero hay un problema doble que no existía en febrero de 2022: las municiones de Kiev se están acabando y su ejército necesita desesperadamente de nuevas tropas que reemplacen a las que llevan luchando desde el inicio de la contienda. Moscú, en cambio, está sobrado de soldados de reemplazo y tiene una capacidad industrial infinitamente más poderosa que su rival. Todo depende, entonces, de que los norteamericanos y, en menor medida, los europeos, sigan enviando dinero y armamento a sus aliados.

Se enfría el apoyo.
Y, en este sentido, la Administración norteamericana se está encontrando con problemas a la hora de financiar la resistencia ucraniana. La crisis económica y la guerra en Gaza han enfriado el apoyo de EEUU, que en los primeros meses fue incondicional. Si finalmente Zelenski es derrotado por Putin los países europeos estarán en peligro, sobre todo los limítrofes con Rusia. Se impone, ya, unas negociaciones de paz que acaben con dos años de matanzas.