La primera huelga de conductores de autocares del servicio discrecional por carretera terminó unas pocas horas después de iniciarse. La patronal resistió muy poco y su presidente, José María Blai, aceptó todas las condiciones impuestas por los sindicatos, reconoció que habían ganado el pulso y anunció su dimisión irrevocable. La pregunta obligada en esta cuestión es la siguiente: ¿cómo aceptó el reto, la patronal, sabiendo que no podría resistir tan fuerte presión? Las respuestas son muchas, pero hay dos sustanciales, aunque alternativas: o jugaron de farol pensando que los sindicatos cederían en el último momento, o no supieron valorar la fuerza sindical.

Lo cierto es que, para perder por KO en el primer asalto, no hacía falta plantear el combate. Las casi diez horas de huelga han supuesto un éxito para los sindicatos, a los que el señor Blai calificó de prepotentes. Los portavoces sindicales hinchaban el pecho y se llenaban la boca de autoelogios, aprovechando para atacar a la patronal y descalificar al Govern por su pasividad en el conflicto y la fijación de servicios mínimos, que ni se llegaron a cumplir.

En resumen, una convocatoria y celebración de una huelga que cabría señalar como de descalabro porque, más que un acuerdo, por más que el Govern se felicite por ello, es la imposición de la fuerza de unos vencedores sobre unos vencidos. Los pobres turistas inocentes han tenido que servir de conejillos de indias para que los empresarios se dieran cuenta de la fuerza sindical.

Y lo que es peor, iniciar una huelga en el mismo momento en que comienza una campaña electoral no parece muy ortodoxo. Claro que, tras ver cómo y qué condiciones han impuesto los sindicatos, se antoja necesaria una revisión de este sector que tanto dinero e intereses mueve. ¿Pudo evitarse?