E l presidente Aznar se entrevistó con el líder kosovar Ibrahim Rugova con quien dijo estar de acuerdo en el análisis de la situación actual en la zona, pero en desacuerdo total sobre su futuro. Es decir, mientras Rugova cree que la intervención aliada facilitará la independencia de su patria, el señor Aznar niega cualquier posibilidad en este sentido. Para el líder kosovar ésta es una guerra de liberación, mientras que para el español se trata de poner paz en una región en permanente y grave conflicto violento.

Y el señor Aznar se refirió a otro proceso de paz, éste tan cercano que le afecta directamente: Euskadi. El presidente del Gobierno español dijo que, desde la decisión del 3 de noviembre, su actitud ha cambiado y que han existido contactos con la cúpula de la banda terrorista ETA, en forma de reuniones o entrevistas, sin precisar el matiz. Pero, acudiendo a la discreción como motivo de un cierto mutismo, lo único que dejó claro es que no quería despertar falsas expectativas. ¿Qué expectativas? Pues que se trata de consolidar un proceso de paz, pero de ningún modo contribuir a construir un proceso de independencia de Euskadi. Exactamente los mismos parámetros que Kosovo. Quienes se empeñaban en diferenciar totalmente el caso kosovar del vasco, habrán visto reducidas estas diferencias a la magnitud del enfrentamiento y a la ausencia de un genocida, pero el señor Aznar dio el mismo tratamiento político, que no bélico, a ambas zonas.

Es decir, abandono de las armas, acuerdo y consolidación de la paz: Pero independencia, ni en Kosovo ni en Euskadi. Y, al mismo tiempo que celebramos estas conversaciones con ETA, aumenta la extrañeza por los ataques políticos del PP y el PSOE a los partidos nacionalistas que han decidido dialogar entre sí en el Parlamento vasco.