La explotación a que hacemos referencia en el titular no es la natural "de ahí las comillas", la que persigue cosechar los productos de una Naturaleza agradecida, sino esa otra que ha llevado en las últimas décadas a hacer de las subvenciones a la agricultura un auténtico negocio fraudulento. España pasea la vergüenza de ser el país que más multas por irregularidades administrativas acumula de toda la Unión Europea. Y, naturalmente, un bocado tan apetitoso como son las subvenciones agrarias no se iba a escapar de esa voracidad. Así, en el presente año hemos visto recortadas las subvenciones agrarias previstas en 25.000 millones de pesetas en concepto de multa, por la mala gestión de las subvenciones en 1995. No constituye ninguna novedad el reseñar que existen en este país verdaderos profesionales de la chapuza en las subvenciones. Incluso en nuestra tierra, en Mallorca, se encuentran despachos destinados a orientar "por decirlo de alguna forma" a los agricultores, y más que a ello, a mostrarles el amplio abanico de posibilidades que la particular picaresca puede llegar a brindar. Es evidente que las subvenciones a la agricultura son hoy necesarias a fin de garantizar la pervivencia de determinados sectores productivos en el marco de la UE. También está claro que no siempre resulta sencillo el control sistemático del destino que siguen las subvenciones, debido básicamente a que son los mismos Estados de la UE los responsables de ese control. No obstante, entre las labores que aguardan a un Parlamento Europeo ahora nuevamente constituido, debería figurar el arbitrar alguna medida que aumentara las posibilidades de control y evitara el actual mangoneo, que no sólo favorece el enriquecimiento de algunos desaprensivos, sino que perjudica seriamente a una agricultura necesitada de atención.