La muerte del socialista italiano Bettino Craxi ha vuelto a sacar a la palestra la difícil situación política por la que atravesó su país cuando se destaparon los escándalos de financiación ilegal del partido que lideró durante décadas. Y, curiosamente, lejos de allí, en Alemania, y en el otro extremo del abanico político, en la derecha, el mismo problema llena estos días páginas y más páginas de información en los diarios. Han pasado años desde que se destaparan los casos de corrupción en Italia, España y Francia, y ahora ese mismo asunto se destapa en la gran Alemania de Helmut Kohl, lo que ha obligado al artífice de la reunificación a dimitir incluso de su cargo honorífico en el partido.

Por lo visto, los grandes partidos políticos europeos, amarrados por ley a una financiación pública, se han visto abocados a recurrir a la financiación ilegal para sostener unas estructuras centenarias, gigantescas y repletas de burócratas. Pero eso no es todo. Los procesos judiciales que se llevaron a cabo en Italia a raíz de las acusaciones contra Craxi "en los que fue condenado a varios años de cárcel que eludió fugándose a Túnez" revelaron que los partidos políticos funcionaban casi como mafias, extorsionando a empresarios a los que luego favorecían desde el poder.

La corrupción ha existido siempre, pero es desde los propios centros del poder donde debe regularse al milímetro la financiación de los partidos. Parece que en este viejo continente ésta es una tarea pendiente que pocos se atreven a encarar. Quizá porque significaría poner fin a siglos de oscuras relaciones entre políticos y empresas, muchas veces en el límite de la legalidad. Sin embargo, la transparencia en este asunto es del todo necesaria, aunque sea al modo norteamericano, con luz y taquígrafos que revelen quién apoya a quién.