El conseller balear de Turisme del Govern de les Illes, Celestí Alomar, advirtió ayer al sector de que vaya acostumbrándose a los niveles de ocupación que se registran en la presente campaña, ligeramente inferiores a los de la anterior. La razón esgrimida es que destinos del resto del Mediterráneo convulsionados por las guerras, el terrorismo y las catástrofes naturales están en plena recuperación, poniendo fin a una etapa en la que Balears ha estado en el grupo de cabeza del mercado vacacional europeo. La pregunta que queda en el aire es: ¿qué puede hacer la industria turística si quiere mantener el crecimiento económico, necesario para mantener el nivel de vida de los que viven en las Islas? La respuesta parece clara: explotar adecuadamente los puntos de ventaja adquiridos a lo largo de los años respecto a los competidores, apuntar hacia un tipo de cliente de mayor poder adquisitivo (equivocadamente denominado «de calidad») que consiga en Eivissa un valor añadido que justifique las diferencias de precio existentes y, en tercer lugar, aumentar los servicios a la industria existente. De todas formas, que el turismo ha llegado a su máximo nivel no es una afirmación con la que todo el mundo está de acuerdo. El grado máximo optimización de la oferta está aún lejos de conseguirse y las lecturas que se hacen de los datos existentes son parciales y, quizás, interesadas. Por ejemplo, continúa manteniéndose una oferta paralela que no consigue ni regularizarse ni reciclarse y los empresarios responden al control administrativo de forma desigual, lo que debería abrir un paréntesis para la reflexión. Son factores complejos que, sin embargo, no cambian sustancialmente una realidad evidente: que el sector necesita mantener y controlar un proceso de evolución en el que muchos tendrán algo que decir, por el bien de todos.