Norteamérica ya ha anunciado que la ofensiva contra el terrorismo internacional no se circunscribirá únicamente a Afganistán, sino que abarcará otras naciones, aunque no ha especificado cuáles. Es una noticia aciaga que da a entender que la guerra será larga, mundial "o al menos implicará a gran parte del planeta en uno u otro bando" y de complejas características. El presidente español, como muchos otros, ha ofrecido ya tropas para participar de lleno en la operación de caza y captura de Osama Bin Laden. De todos es sabido que grupos terroristas se ocultan en varios países del mundo y allí es donde, al parecer, se les va a buscar. Debemos dar por supuesto que las acciones bélicas se llevarán a cabo de la forma más nítida posible, evitando siempre los daños a la población civil, pero no será fácil evitar que los territorios atacados declaren la guerra a los aliados.

El mundo occidental, unido legítimamente contra el terror de unos pocos, no puede arrasar todo aquello que considera sospechoso poniendo en peligro el frágil estado de paz que tenemos. Países como Irak, Irán, Libia, Egipto "se cree que allí se esconde el número dos de Bin Laden" o Argelia pueden ser considerados un polvorín y cualquier ataque contra ellos debe ser meditado hasta el cansancio antes de precipitarse.

Para nosotros, desde este lado del Mediterráneo, la situación tampoco es halagüeña. El mundo árabe se considera una sola nación, unida por la religión y la tradición, y no sería extraño que el ataque a uno de sus Estados degenere en una guerra total de Occidente contra el islam. La situación es delicadísima. Osama Bin Laden debe ser detenido y sus secuaces "se encuentren donde se encuentren", desactivados. Pero cualquier tentación de ir más allá debe evitarse.