Este país siente debilidad por los héroes y por los mártires, a los cuales suele exprimir para luego dejar en el olvido. Desde aquellas pobres niñas de Alcàsser hasta Mario Conde, pasando por Miguel Àngel Blanco o Miguel Indurain, muchos personajes públicos y privados han llenado páginas de prensa, horas de tertulias radiofónicas y, sobre todo, las ansias de morbo de millones de ciudadanos. Ahora el terrible asunto del terrorismo nos pone en bandeja un nuevo héroe, esta vez anónimo.

Y ahí está precisamente el problema de este personaje heróico recién llegado a la palestra de la actualidad. La gente, por lo visto, quiere saberlo todo sobre un hombre que, con su acción desinteresada, logró que las fuerzas de seguridad detuvieran a dos destacados criminales. Lo hizo, afirma, igual que lo hubiera hecho cualquiera, cumpliendo simplemente con lo que consideró un deber ciudadano para acabar con el terrorismo. Pero la carnaza que persiguen determinados medios informativos exigía un nombre, un rostro, y con la mente siempre puesta en vender más periódicos y revistas y acumular mejores ránkings de audiencia televisiva y radiofónica, han empezado ya a soltar pistas sobre su identidad. Quizá nadie se haya parado a pensar en la situación en la que colocan a este hombre. Su vida pende de un hilo delgadísimo y la de su familia, también. Resulta prioritario "o debería resultar" salvaguardar la integridad física, el anonimato y la intimidad de esta persona. Se trata de un testigo protegido al que muchos han convertido en objetivo de una persecución inhumana.

Si su acción fue loable y destacada en una sociedad como la nuestra, tan definida por su egoísmo y frialdad, lo que se le viene encima demostrará que, como él, hay muy pocos. Y de ahí su valor.