Se cumplen estos días dos meses desde que un temporal anunciado arrasara las Islas dejando a su paso una estela de destrucción. A la pérdida de vidas humanas hay que añadir gravísimos daños materiales y ecológicos, miles de afectados y un lento proceso de recuperación. De momento las autoridades han abierto listas de peticiones de ayuda, listas de permisos para talar árboles dañados, han establecido un balance de daños en bienes públicos, y estudian la forma de deshacerse de todas esas toneladas de madera. Las cosas de palacio van despacio, ya se sabe, pero en casos como éste el tiempo apremia. No sólo porque las personas afectadas deben recuperar con prontitud la normalidad en sus fincas y explotaciones, sino porque la naturaleza actúa sin esperar al ser humano.

Los expertos advirtieron desde el primer día que una de las consecuencias indeseables de esta desdicha sería la propagación de plagas de insectos que afectan a los pinos y que, alimentados en la podredumbre de los árboles caídos, arrasarían el resto de los pinos sanos. Y otra, el peligro de incendios al secarse la madera en los primeros días de calor primaveral.

El problema es que la cantidad de árboles es tan inabarcable, y muchos se encuentran en zonas de difícil acceso, que la solución no es fácil. Parece casi imposible que las brigadas forestales y las aserradoras puedan retirar todos los pinos. Ante esta coyuntura la Conselleria d'Interior se ha planteado recurrir al Ejército, pero con la oposición de la Conselleria de Medi Ambient. No sabemos si es necesaria la ayuda de las Fuerzas Armadas y si éstas están en disposición de prestarla, pero lo cierto es que hay que adoptar medidas antes de que sea demasiado tarde. Cuando el Consell se ofreció a prestar su ayuda, la consellera «verde» replicó que el asunto era de su exclusiva competencia. Pues bien, que lo resuelva, con militares o sin militares, pero ya. Sin olvidar que por encima de la opinión de la consellera está el Consell de Govern, que debe tener la última palabra.