La confesión pública de la homosexualidad del cura de Valverde del Camino, José Mantero, ha desatado todo un escándalo tanto por su orientación sexual como por el reconocimiento de no guardar el celibato. Y, como era de esperar, la jerarquía de la Iglesia católica ha reaccionado con toda contundencia y el obispo de Huelva le ha retirado las licencias.

Realmente debiéramos separar dos cuestiones. La primera de ellas es la referida a su condición de homosexualidad, homosexualidad que altas instancias eclesiásticas consideran una desviación de la naturaleza. Como en muchos otros asuntos, la Iglesia sigue anclada en el pasado, con los ojos cerrados a una realidad.

Por otro lado, debe estudiarse la otra cuestión y, en este punto, son muy apropiadas las declaraciones del obispo auxiliar de Barcelona, Joan Carrera, que manifestó su respeto por el cura de Valverde y señaló que «su problema no es de orientación sexual, sino de incumplimiento del celibato».

Pero, sobre todo, ha sido especialmente significativa la postura del obispo de Mallorca, Teodor Úbeda, quien afirmó ayer que «dentro del armario se debe vivir muy mal, por lo que todo el que esté dentro debe salir de él». El obispo, en unas muy acertadas declaraciones, quiso ir más allá de la cuestión sexual y animó a salir a todos del armario para hacer públicas nuestras convicciones en otros ámbitos de la vida. Una vez más, frente a posturas más conservadoras, el obispo adopta otro talante, manifestando que la Iglesia acepta las tendencias homosexuales, aunque no renuncia a denunciar comportamientos que supongan una degradación de las personas.

Todos deberíamos salir del armario "en todos los sentidos" y no llevar una vida oculta que sólo puede provocar frustraciones, pero en el caso del sacerdote que se ha declarado gay, lo importante no es que sea homosexual, sino que su comportamiento público no es coherente con una opción que eligió libremente y de la que en cualquier momento puede desvincularse.