En su primer discurso como presidente sobre el estado de la Unión, George Bush ha llevado a cabo una singular aproximación a los problemas económicos por los que atraviesan los Estados Unidos, aunque "y en eso radica la singularidad" sin abordarlos realmente. Asuntos como el «caso Enron», en el que se ven implicados altos cargos de la Administración, o la propia recesión que planea sobre el país fueron postergados en beneficio de lo que realmente parece perseguir hoy Washington: la implantación de una especie de soterrada economía de guerra llamada a surtir efectos realmente milagrosos. La curiosa receta económica de Bush propugna un elevadísimo aumento del gasto militar, el mayor registrado en los últimos 20 años, como forma de combatir la recesión. La fórmula no es nueva y, lo que es más grave, tampoco acostumbra a dar grandes resultados. Especialmente si se dan las circunstancias que hoy gravitan sobre la economía norteamericana. Veamos. La generosidad en el gasto militar propuesta por Bush alcanzará esos 48.000 millones de dólares que recibirá un Pentágono agradecido. Una largueza que, a no dudarlo, está llamada a crear muy serios problemas de déficit presupuestario. Hay que tener en cuenta que Bush inició su mandato aprobando una rebaja en los impuestos por un total de 1'3 billones de dólares en una década, justo cuando la economía nacional empezaba a dar los primeros síntomas de recesión. No es preciso ser muy versado en cuestiones económicas para advertir que el efecto combinado de una drástica reducción de impuestos, y de un aumento fabuloso del gasto, todo ello en el marco de un clima de recesión, puede conducir a una situación de déficit verdaderamente asfixiante, cuyas consecuencias podrían acabar socavando la buena imagen de la que hoy goza el presidente norteamericano tras los atentados del pasado 11 de septiembre.