Las polémicas declaraciones del coronel de Aviación Pedro Soto han levantado ampollas en Venezuela, donde se habla incluso de ruido de sables. Soto ha pedido al presidente Hugo Chávez que abandone el poder y lo entregue a un civil. En un país con una estructura bien trabada y con los poderes bien delimitados, esto no hubiera tenido ninguna importancia; pero no es el caso. Ciertamente Chávez gobierna a su peculiar manera aquel país iberoamericano y, además, procede de un Ejército al que no le temblaba el pulso a la hora de dar un golpe de Estado.

Tal vez sí se precise un cambio, o un giro e incluso un adelanto de las elecciones presidenciales, aunque todo ello debe apuntarse en la esfera política, no desde los cuarteles. Ése es el enorme peligro por el que atraviesa Venezuela, que los militares se sientan investidos de un poder que no les ha sido otorgado y ejerzan presión sobre un presidente que, haciéndolo mejor o peor, ha salido de las urnas.

En el fondo, de lo que se trata es de que se sigan los mecanismos legalmente establecidos, pero para ello también es necesario que Chávez no adopte esa postura excesivamente caudillista y, por supuesto, que no modifique el marco legal a su antojo y conveniencia. Es más, expertos en política latinoamericana aseguran que la solución de la crisis venezolana pasa necesariamente por el abandono del actual presidente. Sin embargo, no es bueno que sean miembros de las Fuerzas Armadas los que den toques de atención que más se asemejan a veladas amenazas que a otra cosa. Cualquier decisión política que tenga que adoptarse debe proceder de las formaciones legítimamente elegidas por el pueblo. Lo que ha pasado no hace más que sembrar tensiones y poner en entredicho la democracia en aquel país.