A un día del oficioso comienzo de la temporada turística de 2002 nada parece lo mismo. La implantación a partir de mañana de la ecotasa, ese impuesto que ha demostrado la incapacidad del Govern de evitar una controversia que costará millones al sector turístico y que ha dañado duramente la imagen de las Islas, y la desgana de los empresarios tras el interminable pulso que han echado al Ejecutivo balear ponen las bases del año más incierto de los que se recuerdan. A un día del torbellino de la temporada, la imagen de desacuerdo (este pulso tremendo), la sensación de que los problemas del año anterior se prorrogarán a lo largo de éste (inseguridad ciudadana, el estado de muchas playas, ...) y la apatía de los mercados emisores por factores económicos o de crisis políticas (Oriente Medio y los atentados del 11-S) no pueden favorecer, desde luego, la confianza. Se ha errado, y mucho, y probablemente se ha perdido un tiempo precioso en un momento en el que la toma de posiciones puede resultar definitiva para asegurar los años venideros. Los competidores avanzan a pasos agigantados y a pesar de lo mucho que se sabe de vacaciones por estas latitudes nadie parece darle la trascendencia que merece. La profesionalización del turismo en países que hasta ahora no valoraban "por una razón u otra" la importancia de esta industria acabará convirtiéndose en una pesadilla si no se refuerzan aquellos puntos diferenciales y las ventajas conseguidas con tanto esfuerzo, pero parece que instituciones y empresarios están en otra batalla. Probablemente la industria cumplirá los mínimos, pero se entra en otra esfera en la que muchos tendrán que dejar caer la venda con que la bondad de los últimos años ha colocado frente a los ojos de muchos. Las opciones no son muchas, pero la autocomplacencia o la arrogancia pueden precipitar las cosas.