Si algo ha quedado claro del Debate sobre el Estado de la Nación es que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición tienen una visión radicalmente distinta de la realidad. Si para José María Aznar, España va bien, para Rodríguez Zapatero, nuestro país no podría ir peor. Para la mayoría de los ciudadanos seguramente la vida no es nunca blanca o negra y probablemente se sientan defraudados al asistir a un debate en el que el Ejecutivo «vende» una gestión modélica llena de logros, y los socialistas interpretan cuanto hace el Gobierno en clave de fracaso.

El caso es que en el debate de este año ha habido muy poco debate. Se han limitado unos y otros a lanzar discursos electoralistas que vayan delimitando sus posiciones de cara a la próxima cita con las urnas, en 2004. La ocupación marroquí de Perejil, el arsenal etarra descubierto en Francia y el órdago soberanista del País Vasco han sido protagonistas involuntarios de un debate en el que algunos han querido ver el declive de Aznar. A falta de un sucesor claro y con un equipo recién recompuesto por la poca eficacia del anterior, el jefe del Gobiero ha planteado un montón de proyectos nuevos en vez de reflexionar sobre lo que ha logrado en dos años de legislatura. Zapatero, a su vez, ha conseguido aparecer ante la opinión pública con serenidad y firmeza, convirtiéndose de una vez en el líder indiscutible de la oposición y candidato creíble a ocupar la Moncloa en un futuro.

Inmigración, seguridad ciudadana y empleo precario se constituyen en los principales problemas para los españoles "aparte del conflicto con Marruecos y los devaneos independentistas de Ajuria Enea, bastante más ajenos a las preocupaciones ciudadanas" y en ello incidió Zapatero, poniéndose del lado de la gente de a pie con un programa de medidas sociales y económicas ciertamente atractivo.