Cifras procedentes del Banco de España establecen que el endeudamiento familiar ha crecido de forma insólita en un plazo relativamente corto de tiempo. Así, y por ceñirnos a ese ámbito, se puede decir que cada español debía en septiembre pasado 10.941 euros, o sea, más del doble de la cifra de 1996. Dicha situación ha llevado ya al Banco de España a advertir a bancos y cajas que vigilen el crecimiento del crédito, no sólo por lo vertiginoso de su crecimiento sino por el hecho de que existe una gran concentración del riesgo en el sector inmobiliario. Hemos vivido años de extraordinaria bonanza económica en los que la bajada de los tipos de interés, la lógica competencia entre las entidades financieras, y finalmente la estabilidad proporcionada por la implantación de la moneda única, han favorecido una singular «alegría» a la hora de pedir dinero a bancos y cajas. Hoy, unas expectativas económicas no tan positivas hacen temer que ese alto grado de endeudamiento pueda repercutir en la marcha de la economía del país. Existe, es cierto, una percepción subjetiva tal vez exagerada por parte del ciudadano, una especie de psicosis de crisis que en algunos campos no se corresponde exactamente con la realidad. Por así decirlo, la parcial pérdida de peso de las vacas gordas hace pensar a muchos que ahora vienen necesariamente las flacas. Y no es forzosamente así. Aunque es innegable que de producirse un brusco giro en la evolución de los tipos de interés, o en las rentas familiares, resultarían especialmente negativos en esta atmósfera de creciente endeudamiento. Más allá de lo que es previsible -factores como la inminente guerra, incluidos-, es evidente que las autoridades económicas deben prestar singular atención a los factores que han conducido a la actual situación para corregirlos. Haciendo particular hincapié en los bajos tipos de interés y en la alarmante subida del precio de la vivienda.