Tal como prometió en su día -aunque muchos no lo creyeran-, José María Aznar dio ayer por concluido su mandato después de ocho años al frente del país, los cuatro últimos con una mayoría absoluta que ha provocado más de una crítica. Con el decreto de disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones para el 14 de marzo próximo se abre una nueva etapa de larga precampaña electoral en la que Aznar ya no estará en primera línea.

Dejando un país saneado económicamente -con el inconveniente del precio de la vivienda disparado-, con el terrorismo a la baja, moderno y acercándose a buen ritmo a la media europea, Aznar dice adiós en lo que podría llamarse «momento álgido» de su política. No todo, sin embargo, han sido elogios y caminos de rosas. Su tenaz enfrentamiento con los nacionalistas, a los que utilizó cuando su mayoría insuficiente lo requería, su firmeza al entrar en una guerra que nadie deseaba, la desorganización del Gobierno ante el desastre del «Prestige», la reforma laboral que luego abortó, la discutida reforma educativa, su implacable visión unitaria de España... Muchos han sido los asuntos polémicos que el presidente del Gobierno deja atrás.

Pero ahora es el momento de mirar hacia adelante. Mariano Rajoy se enfrenta a una lucha que muchos creen fácil. Las encuestas así lo dicen, de momento, aunque su más directo rival, José Luis Rodríguez Zapatero, no se ha quedado atrás a la hora de plantear propuestas concretas de cara a las elecciones.

Y eso es precisamente lo que esperan los ciudadanos, que se pongan sobre la mesa soluciones a los problemas y no enfrentamientos estériles que no conducen a nada. Zapatero lo está haciendo bien, pero al PP le asiste el fundamento de ocho años de estabilidad, de firmeza y de logros.