Nadie podía esperar, hace un año, cuando se derribaba la gigantesca estatua de Sadam en Bagdad -una imagen que simbolizó el fin del régimen- que la situación en Irak llegaría a ser tan grave.

Un año después, los grupos resistentes están infligiendo un grave castigo a las tropas de la coalición, que están sufriendo muchas más bajas ahora que en el período bélico propiamente dicho. Estados Unidos y sus aliados estaban preparados para ganar la guerra pero no para mantener la ocupación militar del país. Los continuos actos de sabotaje, los ataques a convoyes e instalaciones militares o comisarías de policía y los atentados terroristas indiscriminados se suceden a diario provocando un agravamiento del conflicto de imprevisibles consecuencias. La importante operación estadounidense en Faluya, donde fueron asesinados cuatro civiles norteamericanos -sus cuerpos fueron profanados-, se ha cobrado 450 víctimas iraquíes, lo que ha logrado, por primera vez, que suníes y chiíes se unan contra el invasor.

Por otra parte, una nueva estrategia de la resistencia, la de secuestrar ciudadanos extranjeros -cuatro italianos y dos norteamericanos-, añade otro factor de desestabilización que tiene una fuerte incidencia en la opinión pública de los países occidentales. Cada vez son más las voces que se alzan pidiendo el regreso de los soldados, incluidos los españoles, que en los últimos días han sido también atacados. Es urgente buscar una solución que acabe con la ocupación y que devuelva la soberanía a los propios iraquíes bajo los auspicios de la ONU. El fracaso estadounidense en la reconstrucción de Irak, con continuas manifestaciones en contra de los extranjeros, obliga a acelerar los trámites para poner fin a la presencia militar de la coalición. La mediación de la ONU se hace imprescindible para evitar tanta muerte y fijar un nuevo calendario para la entrega del poder a un nuevo Gobierno iraquí libremente elegido. Sólo entonces comenzará un nuevo futuro para Irak sin Sadam y sin invasores.