La pasada semana el Govern balear presentó un ambicioso plan para los próximos siete años con el objetivo de impulsar el transporte público en las Pitiüses. En la presentación de este proyecto se ofrecían una serie de datos reveladores sobre la realidad de este servicio en las Pitiüses que invitan a una pequeña reflexión: sólo el 6% de los desplazamientos que se realizan en nuestras carreteras se hace a través de un servicio público.

Para unas islas con tantas limitaciones de superficie, con un archiconocido problema de saturación en las carreteras, que vive del turismo y que trata de ofrecer unos servicios de calidad, parece incongruente que en el año 2004 todavía se esté hablando de un plan para impulsar el transporte público, cuando esta fase ya se debería haber superado hace bastante tiempo. Pero realmente la situación es la que hay: un penoso servicio que no alcanza a cubrir la demanda y que en realidad es el punto de partida del problema de movilidad que sufren las Pitiüses.

Existe una falsa creencia en Eivissa, defendida también por muchos políticos, que asegura que aquí la gente está acostumbrada a coger el coche para todo y que por este motivo es muy difícil inculcar a la población que deje el coche en casa y use el transporte público. Esta teoría se desmonta simplemente tomando como referencia la evolución de otras ciudades u observando el desarrollo urbanístico de la isla en los últimos años y la necesidad de movilidad que tienen los ciudadanos. Por ejemplo, las periferias de Eivissa, Sant Antoni o Santa Eulària han crecido a un ritmo que los municipios por sí mismos no pueden sostener. Que se construyan estaciones de autobuses, se renueve la flota o se decoren las marquesinas no es suficiente si no hay un compromiso de multiplicar los servicios, mancomunarlos y en definitiva conseguir que para el usuario esperar el autobús o el taxi no sea un suplicio sino una sana costumbre.