Si bien es cierto que en el seno de ETA ha habido algunos que han querido emprender la senda del abandono de la violencia (más bien pocos), también es verdad que los hechos no hacen más que negar la mayor y quitar cualquier razón, si es que hubiera podido llegar a alcanzarla, a la banda. El último atentado parece poner en evidencia que los asesinos siguen en sus trece y que continúan con sus actividades, con lo único que saben hacer: matar, o al menos intentarlo.

De ahí que el atentado de Getxo haya caído como un jarro de agua fría entre quienes pensaban que quizá, algún día, sería posible un mundo sin ETA. Parece que ese día está todavía lejano. Y a pesar de que el coche bomba del martes no produjo víctimas graves, sí que constituyó un aldabonazo a las esperanzas de los más inocentes. Pese a ello, el Gobierno debe continuar en su línea: eficacia policial, firmeza y seriedad y trabajar para conseguir la unidad de acción con otros grupos políticos. Y en esta labor deben implicarse el resto de las fuerzas políticas de Euskadi y de todo el Estado.

De hecho, la última actuación de los terroristas supone un serio revés para las aspiraciones del Gobierno vasco y del Plan Ibarretxe, que contempla, y así lo recoge su texto, un escenario sin violencia. Lamentablemente, aún existen individuos que siguen utilizando la extorsión, la coacción, la pistola y las bombas como argumentos para reivindicar algo legítimo, pero siempre que se haga a través de los cauces establecidos.

Los analistas consideran que ETA ha querido hacer una demostración de fuerza, y que aún puede hacer daño. Dadas estas circunstancias, se trataría de recomponer la unidad de todos contra el terror, al margen de las evidentes divergencias entre los nacionalistas y los llamados constitucionalistas. Sólo eso podría ayudar a acabar con los asesinos de ETA.