El sueño de que Madrid se convirtiera en la sede olímpica de los Juegos de 2012 y Palma en la subsede de vela se truncó a mediodía de ayer cuando quedó descartada la candidatura española en la tercera votación. Finalmente será Londres la ciudad que acogerá la trigésima Olimpiada. Es lógico que el sentimiento que prevalezca hoy en España sea el de la decepción, puesto que se habían puesto muchas ilusiones en el proyecto.

No se puede cuestionar el trabajo realizado en favor de Madrid 2012, que ha contado con una unidad sin fisuras de todas las administraciones implicadas, con la colaboración de Gobierno y oposición y con el apoyo inestimable de la reina Sofía en representación de la Familia Real. Pero en la balanza hay que poner también cuestiones de orden político, ya que es un hecho que de los votos de Nueva York ninguno fue a parar a la candidatura española, lo que se interpreta como un rechazo a la política exterior de nuestro país. Y la victoria de Londres se aprecia como la de Blair sobre Chirac en una confrontación que tiene como fondo la misma concepción de la Unión Europea. Mención aparte merecen las preguntas del príncipe Alberto de Mónaco sobre el terrorismo y la seguridad en Madrid y sobre los alojamientos. Difícil de justificar su actitud incluso si de lo que se trataba era de favorecer al amigo francés. Ésas no son formas.

Los analistas consideran que es muy difícil que se elija una ciudad europea para albergar los juegos de 2016, por lo que de volverse a presentar Madrid debería hacerlo con el horizonte puesto en 2020. En cualquier caso, lo que ha quedado sobradamente demostrado es que Madrid, con Palma como subsede, puede competir con cualquier otra ciudad candidata a albergar los Juegos Olímpicos. Para optar a ello se trata de continuar trabajando desde la unidad para contar con las mejores infraestructuras, con las mejores instalaciones deportivas y con la mejor oferta.