El 22 de julio del año pasado un joven brasileño, Jean Charles de Menezes, murió acribillado en el metro de Londres víctima de un trágico error policial. Obviamente, las Fuerzas de Seguridad británicas actuaban entonces bajo la enorme presión derivada de los atentados que habían tenido lugar en la capital el día 7 del mismo mes, lo que les llevó a disparar sobre un inocente en un episodio que conmovió a la opinión dentro y fuera del Reino Unido. El Gobierno del país no tardó en reconocer su lamentable equivocación, en un gesto obligado pero insuficiente si se tiene en cuenta que los errores deben servir para evitar que se repitan en el futuro. Lejos de ello, se supo la semana pasada que Londres ratifica su táctica de «tirar a matar» contra posibles terroristas. Y no sólo eso, sino que desde la poderosa asociación de jefes de policía del Reino Unido se recomienda ahora extender dicha táctica a todas las fuerzas del país. Algo que resulta peligrosísimo si tenemos en cuenta que, a diferencia de otros países, en el Reino Unido no es necesario que los agentes constaten la posesión de explosivos por parte del presunto terrorista para disparar sobre él, sino que pueden hacerlo basándose simplemente en las sospechas de los servicios de espionaje. Lo que por desgracia ocurrió en el caso de Menezes. Aun admitiendo que entonces se produjo una concatenación de errores -la contraorden de no disparar sobre el joven brasileño no llegó a los agentes al no funcionar sus aparatos de radio en la profundidad de los túneles del metro-, nada garantiza que no se puedan volver a producir. Por lo que parece mucho más razonable cambiar la táctica de «tirar a matar», en lugar de abundar en ella y arriesgarse de nuevo a una mortal equivocación. Porque ya es suficiente con la angustia que en sí genera el terrorismo como para padecer la que añadiría una psicosis antiterrorista que conduce a tan fatales errores.