Tras un período en el que la dramática situación que se vive en Irak acaparaba prácticamente todo el protagonismo en el panorama internacional, el guadiánico conflicto de Afganistán ha reaparecido con fuerza en el ruedo informativo. Ha contribuido esencialmente a ello esa cumbre de la OTAN celebrada en Letonia, en la que Bush ha abogado por una mayor envío de tropas por parte de los países del pacto, y de una forma u otra también influido la reciente visita de Blair a Afganistán, en la que se expresó en términos casi apocalípticos al afirmar que el futuro de la seguridad mundial a comienzos del siglo XXI se decidirá en tierras afganas. Matizar, tanto la propuesta de Bush como la rotundidad empleada por Blair, resulta obligado. En la capital letona, Bush se ha encontrado con las lógicas reticencias de los representantes de países pertenecientes a la OTAN -entre ellos el español-, poco dispuestos a movilizar más soldados y aún menos a levantar las restricciones que impiden el empleo de esos soldados en misiones diferentes a las inicialmente previstas. Hay que pensar que en principio las fuerzas de la OTAN viajaron a Afganistán en misión pacificadora, no obstante la lucha contra la insurgencia no ha permitido la construcción allí de un Estado democrático y respetuoso de los derechos humanos, que era el objetivo de la misión internacional. En tales circunstancias parece fuera de lugar el pensar en un mayor envío de soldados, por mucho que Bush se empeñe en ello. Por otra parte, si bien es cierto que los talibanes están recuperando vigor merced a su estrategia de guerra de guerrillas, y que los señores de la guerra mantienen su poder feudal, cifrar como hace Blair la seguridad mundial en el desarrollo del conflicto no parece sino una maniobra de incondicional apoyo a Washington. Sea como fuere, hay algo que está fuera de toda discusión: cinco años después de la derrota de los talibanes, Afganistán, como otros tantos lugares a los que Occidente manda tropas en misión de paz, se ve inmerso en un clima de guerra.