El presidente de los Estados Unidos ha cambiado de estrategia para contar de alguna manera con el apoyo de los demócratas en su intento de enviar más de 20.000 soldados a Irak. Bush no tuvo ayer ningún problema en criticar la forma en la que se llevaron a cabo las ejecuciones de Sadam Husein y sus colaboradores, cuando lo verdaderamente criticable fue su apoyo a la pena de muerte y su satisfacción por la muerte del ex presidente derrocado por el Gobierno de Bush.

De hecho, calificó el ahorcamiento como «un asesinato por venganza», el mismo que su Gobierno apoya en los Estados que todavía aplican la pena de muerte. Bush pide al Ejecutivo de Irak que madure, cuando en realidad Estados Unidos ha sido la causante de la situación actual que sufre Irak y de la guerra civil encubierta que se vive en sus calles desde la ocupación estadounidense. El presidente llegó más lejos, incluso, al afirmar que no aprueba lo que está pasando en Irak, conclusión que debía haber formulado hace tres años y no ahora, cuando los demócratas están haciendo todo lo posible para frenar su nuevo proyecto iraquí y las encuestas revelan una mayoría estadounidense contra la política del presidente en el conflicto iraquí.

Bush no debería ser tan crítico ni mostrar unas frustraciones tan oportunistas cuando todavía tiene sobre la mesa asuntos tan graves como el cautiverio de los presos en Guantánamo, muchos de los cuales llevan cinco años encerrados sin ser acusados formalmente de ningún delito.

Está bien que quiera solucionar de una vez por todas la grave crisis generada en Irak, pero no sabe cómo y desde luego no lo conseguirá cambiando los argumentos que le dieron pie a una guerra encarnizada en la que han muerto más de 300.000 personas.