En el balance del XIII Congreso de las Academias y del IV de la Lengua Española, la salud del idioma que conocen y hablan -voluntariamente- casi cuatrocientos millones de personas en el planeta se refleja en buen estado. En tanto que herramienta de comunicación y creación literaria entre seres humanos, el idioma cervantino mantiene su posición relevante por razones ante todo históricas y demográficas, aunque no despunta en los ámbitos científicos y tecnológicos porque tampoco protagoniza partes sustantivas de sus avances. Más allá del júbilo oficial de esas citas congresuales -éste año en territorio iberoamericano-, cabe constatar que el español no es percibido en los cinco continentes como un ariete residual de las colonizaciones económico-militares de los siglos XX y XXI, sino como expresión natural de una vieja cultura que lo mantiene vivo a pesar de la caída con estrépito de su imperio colonial.

Y quizá sean la naturalidad y la ausencia de lanzamientos internacionales agresivos las principales razones que mantienen al español alejado de polémicas y situado entre las cinco lenguas de referencia con las que avanza el mundo globalizado. Ya es bastante cuando el chino mandarín reúne a más de mil millones de personas en la inmediata primera potencia mundial; cuando el hindú es el idioma relacional de otra potencia emergente con casi los mismos efectivos, y teniendo presente que el inglés se mantendrá en todo el orbe como el auténtico «esperanto» en la atinada Babel que presagiaron los redactores bíblicos.

El sentido común aconseja también que, en el ámbito propio de España, la riqueza lingüística del idioma compartido se vea acompañada de la lealtad con el resto de lenguas oficiales del Estado. No se concibe una perspectiva más enriquecedora que la de los españoles plurilingües desde la cuna, alejados de insensatos prejuicios y en posición envidiable para vivir en un mundo tan plural y de colores como el que les ha correspondido protagonizar a las generaciones venideras.