Ahora que los nuevos casos de corrupción devuelven a la actualidad el asunto del trajín inmobiliario y urbanístico, giramos la mirada hacia un mundillo que, por su enorme efervescencia, se presta a la trampa. Es el caso contrario de los millones de personas que intentan acceder a una vivienda digna sin conseguir cuadrar las cuentas familiares porque el mercado se ha desorbitado en pocos años. Es obvio que quien quiera comprar una vivienda mejor o más grande que la que tiene intentará sacar el máximo provecho de su propiedad, lo que no hace más que inflar una pescadilla que se muerde la cola y que convierte en prácticamente inaccesibles los pisos a quienes no tienen nada previo que vender ni aval que les respalde y cuentan sólo con un salario normal y corriente.

De ahí que muchos expertos estén ya alertando con cierta insistencia sobre el peligro de que esta burbuja estalle provocando una situación delicada para miles de familias que soportan hipotecas enormes y que verían esfumarse la posibilidad de vender su patrimonio en buenas condiciones, con lo que ya estarían perdiendo dinero.

Es poco probable que la vivienda sufra un retroceso brusco en sus precios -algo deseable para muchos, sobre todo para quienes aspiran a comprar-, pero algunos indicios serios habrá cuando incluso desde organismos internacionales se da la voz de alarma. Es, en cambio, más fácil que la espiral de subidas empiece a frenar suavemente. De hecho, las ventas se han ralentizado, así como la concesión de préstamos nuevos, al tiempo que crecen los morosos y los dudosos, algo del todo indeseable.

Son, en fin, muchos los datos que apuntan cambios en el sector, mientras se sigue construyendo a marchas forzadas. Como siempre, la mejor consejera es la prudencia y el saber medir bien las posibilidades de cada uno.