Después de los últimos golpes policiales atestados a la cúpula etarra, los expertos advertían de la capacidad operativa de la banda terrorista que, a pesar de las dificultades, sigue encontrando el camino para continuar con su fanática guerra.

Ayer, como ya ha ocurrido otros años por estas fechas, ETA daba comienzo a su particular «campaña de verano», esta vez eligiendo el litoral cantábrico, en localidades tan turísticas y populares en el norte como Laredo y Noja. Por fortuna, los asesinos advirtieron de la colocación de las bombas y las fuerzas del orden pudieron desalojar la zona, lo que evitó males mayores.

Aun así, no deja de llamar la atención el empecinamiento de una banda criminal como es ésta, que ya carece prácticamente por completo de apoyo social, en una guerra que jamás conducirá a nada. La única consecuencia palpable de acciones como la de ayer es el trastorno de la vida cotidiana de las poblaciones afectadas y un nuevo episodio de repulsa y hartazgo tanto en la sociedad vasca como en la española.

Con estos métodos contra el turismo sólo conseguirán aunar todavía más a la ciudadanía contra unos dementes que ya no saben qué más hacer para asquear a todos. Cometer pequeños atentados contra el turismo "máxime cuando se trata de turismo nacional y familiar" no puede calificarse más que de locura.

Lo malo es que este hecho de ayer certifica que ETA sigue viva, que aún hay descerebrados dispuestos a unirse a la banda y que, tarde o temprano, la cúpula se reorganizará y dará órdenes para que comience de nuevo el baile macabro de ataques y víctimas que llevamos cuarenta años sufriendo sin visos de solución.