Cuando el ladrillo era la única respuesta a aquella pregunta que nos hacíamos cuando ahorrábamos, fueron muchos los que decidieron comprar una segunda vivienda. ¡Ah, qué tiempos!

La crisis, esa palabra que de tanto usarla baila ante nuestros ojos y tiene rasgos anfibios, se cebó con furia con aquellos ilusos, hermanos de quienes se creyeron ese otro cuento de las preferentes y de los fondos de inversión. Los pisos que costaban 300.000 euros en aquella época valen hoy la mitad y el antichollo se cebó con miles de familias que se creyeron aquello de que podían conseguirse duros a cuatro pesetas. ¡Cuánto daño hizo el "Un, Dos, Tres" entre los que soñaban con aquel apartamentito en la playa!

Pero nuestro caso escapa del siseo nacional y en el caso de Ibiza, y gracias a esa burbuja que afirman que todo lo cubre todavía, el valor de los inmuebles sigue haciendo malabares. Los pícaros, nacionales y de todos los países y colores, continúan férreos en su política de amortizar aquel lingote con forma de casa y la mayoría lo hace de espaldas al fisco. Y lo vemos en cifras, porque aunque el porcentaje de personas que se han desplazado esta temporada a las Pitiusas supera a las que lo hicieron en 2013, el número de pernoctaciones en hoteles, agroturismos y establecimientos reglados continúa siendo el mismo. Vamos, que aunque nos visite más gente las cuentas no nos salen.

Tal vez esa diferencia entre los que vienen y los que se registran con nombre y apellido en lugares que sí declaran a Hacienda duerma en la playa, en cuevas o en nuestros mágicos pinares. Aunque, la verdad, creo que un porcentaje muy pequeño osa a engrosar en su lista de recuerdos dichos enclaves. Entonces, y ahora que está de moda ese Decreto Turístico que contempla regular los pisos y casitas que se alquilan en temporada, ¿cómo quedará la cosa? ¿Realmente saldrán del lado oscuro esas camas que no sabemos quiénes habitan?

La realidad es que ni el jurista más avezado encuentra las diez diferencias entre la actual norma de arrendamientos turísticos y este Decreto que, como todas las nuevas leyes, o viene grapado con herramientas que garanticen su cumplimiento o será de nuevo carne de titulares y de hemerotecas. Vaya, que no hace falta ser Aramís Fuster ni tener un pésimo gusto por los recogidos y los bañadores para vaticinar que todo seguirá como hasta ahora.

La realidad es que prácticamente todos los edificios del Paseo Marítimo de Ibiza, en primera, segunda, tercera y cuarta división, juegan a la amortización alegal y se alquilan semanal o quincenalmente a precios de oro. Cuenta la leyenda que ningún inspector ha pisado jamás la zona para corroborar mis palabras. Afirman historias que les aseguro que me contó un vecino de un amigo de un conocido, que muchos se anuncian en Internet donde plasman sus datos reales sabiendo que nadie les controlará. Sentencian cuentos del barrio que si algún osado vecino denuncia tener constancia de que los inquilinos del piso de al lado, del de arriba y del de abajo, cambian cada semana, y que le han confesado pagar en negro, la policía les dice que lo denuncien personalmente en Comisaría y ante el Consell pero que no les servirá de nada.

Somos muchos los que sufrimos cada temporada esta situación en silencio, a modo de cruentas hemorroides. Algunos tenemos la suerte de poder alzar la voz en medios de comunicación como este para dejar constancia de que estamos cansados de que nadie haga nada. Si las administraciones competentes invirtiesen en controlar y multar a los que quieren hacer negocio a costa de nuestro descanso, tal vez se darían cuenta de los millones de euros en impuestos que recabarían al regular, realmente, a ese 30 por ciento de oferta ilegal que campa a sus anchas en nuestra isla.

Puede que invirtiendo un poquito más de nuestro dinero en inspectores que, por una vez, controlasen a los que se forran impunemente en vez de a los pobres contribuyentes rasos, con el montante que se recabase de la ingente cantidad de multas que pondrían, y con los impuestos que obtendrían, pudiesen mejorar nuestra limpieza, transporte público, servicios…

Pero… perdónenme, he comenzado este artículo con una parábola del cuento de la Lechera, evocando a quienes soñaban con un imperio sostenido en pisos, para terminar con una fábula utópica propia del gran Esopo… En fin… los tapones de oídos están de moda en nuestra isla. Ya queda menos para que termine agosto.