Reconozcámoslo: nos hemos pasado de frenada. Eivissa hace tiempo que ha superado su límite demográfico y de consumo de recursos naturales. La isla no da para más y todavía hay quienes no se dan por enterados.

La histórica y peculiar idiosincrasia pitiusa ha hecho que nuestros campos se hayan convertido en pequeñas urbanizaciones con las viviendas separadas por campos ahora llenos de matorrales y piscinas. Cada una con su pozo para sacar agua, pero se acabó. La falta de precipitaciones y la perforación indiscriminada del subsuelo han provocado que nuestra tierra haya dicho ‘basta’.

Ya es hora de que nuestros políticos se sienten y negocien un plan de futuro sostenible para nuestra isla. ¿De qué servirá tener los hoteles más lujosos del mundo si no podemos ofrecerles ni agua potable? ¿Qué patrón querrá amarrar su yate en los puertos deportivos si el mar es un estercolero? ¿Quién paseará por nuestros bosques si ya no quedará un pino en pie? En Eivissa necesitamos alguien que se atreva a poner coto a las actividades que no producen ningún beneficio y son pan para hoy y hambre para mañana. Y que lo haga sin poner en peligro nuestra única industria, el turismo.

Para ello habrá que convencer a mucha gente de que en vez de ganar 100, se tendrá que conformar con 80. O con 65. Pero es la única solución que veo, además de reclamar al Estado y al Govern todo el dinero que nos toca. Nuestra gallina de los huevos de oro se está muriendo y, en este caso, no tengo claro eso de que ‘gallina vella fa bon caldo’.