He sido peatona, ciclista y ahora conductora/taxista. Lo de taxista viene porque por las tardes me dedico a llevar al muchacho de nueve años a sus entrenamientos de fútbol, fiestas de aniversario o demás actividades de su apretada agenda. No me voy a ir por los cerros de Úbeda. Añoro mi etapa de ciclista y eso que me he jugado la vida en varias ocasiones por la avenida de España de Eivissa. Una calle con anchas aceras que fue diseñada inicialmente para carril bici, pero que no llegó a más que un proyecto. Confieso que, a veces, he compartido la acera con los peatones, algunos me miraban mal por mi infracción y otros, en cambio, se mostraban comprensivos. Con alguna osadía por mi parte, eso sí, siempre con casco, he llegado incluso a circular por la carretera, como me corresponde, pero con mucho cuidado porque te juegas la vida. Y no es ninguna tontería. En la bici, ese objeto de deseo de los amigos de lo ajeno, has de circular con mucho cuidado por la carretera porque, como se dice popularmente, tiene un golpe en el que el ciclista sale siempre peor parado. Es verdad que hay tramos de carril bici en la ciudad de Eivissa, como en la avenida de Sant Jordi, pero son muy pocos. Y ya no digo lo de circular por las rotondas, en las que te juegas el pellejo. Echo en falta más carriles bici, no sólo en Eivissa, sino en otras zonas como Platja d’en Bossa, me llamarán loca, o en ses Salines, que conecte Vila en bici hasta la Torre de Sal Rossa para disfrutar del parque natural en las excursiones dominicales de este húmedo otoño que ha llegado. No creo que sea una idea tan descabellada. La isla tiene condiciones más que suficientes para el carril bici. Y no sólo en las rutas de ses Salines sino en muchos otros lugares. Una pena no poder disfrutarlas.