Con el favor de Dios, por iniciativa del Papa Francisco, comenzamos hoy en nuestra Diócesis de Ibiza el Año Jubilar de la Misericordia. Está llamado a ser un año, hasta la Solemnidad de Cristo Rey el domingo 20 de noviembre de 2016, que promueva un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios para con todos. Nos hacemos eco y acogemos la apertura que hizo en Roma el día 8, solemnidad de la Inmaculada Concepción y día en que se cumplían cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. El hecho de que el Papa iniciara este año en esa fiesta de la Virgen ya nos deja claro.

Siendo una experiencia viva de la cercanía del Padre, de modo que se fortalezca nuestra fe, se vigorice nuestra esperanza y se promueva más y más la caridad, siendo reflejos de la misericordia de Dios. Y así nuestro ser cristianos en el mundo sea algo cada vez más eficaz.

En este Año Jubilar hemos de redescubrir y practicar las obras de misericordia corporales y espirituales que aprendimos en el Catecismo y no deben quedarse en un conocimiento sino en una actividad ordinaria nuestra. Esas obras de misericordia, a través de las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales y podemos ser también nosotros ayudados por los demás deseo recordarlas: siete obras espirituales: Enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que está e error, perdonar las injurias, consolar al que está triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás y rogar a Dios por los vivos y difuntos; y las siete obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al necesitado, vestir al desnudo, visitar al enfermo, socorrer a los presos y enterrar a los muertos.

La misericordia es el amor divino en su aspecto más profundo, en su actitud de aliviar cualquier necesidad y en su infinita capacidad de perdonar. No es expresión de debilidad, sino la manifestación de un amor que todo lo puede. Sólo el que es poderoso puede permitirse ser misericordioso. La verdadera misericordia es engendrar compasión, ternura, bondad, perdón y ayuda.

La misericordia divina nos llega a través de Cristo crucificado y resucitado, que nos muestra el verdadero rostro de Dios. Como dice el Papa Francisco al inicio del documento de convocatoria de este Año Jubilar extraordinario "Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre". Cristo mismo, crucificado y resucitado, es el Amor y la Misericordia divina en persona, que la derrama sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu Santo. La muerte y la resurrección de Cristo es un prodigio de la misericordia de Dios que cambia radicalmente el destino de la humanidad; un prodigio en el que se manifiesta plenamente el amor del Padre, que no se arredra ni siquiera ante el sacrificio de su Hijo unigénito. Con el salmo cantamos que Dios-Padre es absolutamente fiel a su misericordia eterna hacia el hombre. Creer en Dios es creer en su misericordia.

Para ser misericordiosos como Dios es misericordioso hemos de apartar de nuestra vida el pecado. El amor de Dios es más fuerte que el egoísmo, que el pecado y que la muerte. Dios sale a nuestro encuentro, y nos invita a acoger su misericordia y su perdón en el sacramento de la penitencia. Así nos capacita y enseña a perdonar al prójimo. Amar a Dios y amar al próximo es el programa de vida de todo bautizado y de la Iglesia entera. No es fácil amar con un amor verdadero, que incluye la compasión y el perdón. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad y de su misericordia.En este Año Jubilar de la Misericordia hemos de redescubrir y recuperar el recurso del Sacramento de la Reconciliación o Penitencia, es decir, la confesión. Dios no niega su perdón a todo aquel que se arrepiente y con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre.

Fijando nuestra mirada en Dios, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de bondad y perdón: en una palabra, con ojos y con obras de misericordia. Si aprendemos el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible establecer un estilo nuevo de relaciones entre las personas y entre los pueblos. Desde este amor podremos afrontar los desafíos más diversos y la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana.