Acabamos de pasar unas fiestas navideñas diferentes. Los Reyes Magos, sobre todo en Madrid, van disfrazados con ropa que parece diseñada por Agata Ruiz de la Prada, hay reinas magas que sustituyen a Melchor, Gaspar y Baltasar, y en algunas ciudades la Navidad se llama Solsticio de Invierno. Afortunadamente, en las Pitiüses las Navidades se han celebrado con una cierta normalidad, sin frivolidades ni inventos raros (me esperaba lo peor, lo reconozco), aunque quizás la organización de la cabalgata de Vila hubiese podido avisar al Obispado de cambios en el protocolo. Afortunadamente, no hizo falta repetir la cabalgata como pasó con la Cursa. No es por nada, pero ciertos políticos olvidan que la Navidad y la fiesta de los Reyes son fiestas católicas. Algunos políticos han convertido la Navidad en un auténtico circo sin sentido. Imagino que no quieren perder una ocasión para estar en contacto con sus votantes y saben que una de los eventos más importantes que organizan los ayuntamientos son las cabalgadas de Reyes. Pero podrían tener un poco de mesura y evitar el ridículo. Las tradiciones hay que respetarlas. No es obligatorio celebrar la Navidad, ni creer en los Reyes Magos, ni acudir a belenes, ni tan siquiera tomar salsa, pero lo que ha pasado este año ha sido un auténtico esperpento. Si quieren hacer una revolución a través de las tradiciones, que intenten cambiar el calendario gregoriano y que se inventen otro. Que la Semana Santa se haga en agosto, y que celebren la Navidad en primavera. No creo que ninguno de los que cambian reyes magos por reinas magas se atreviese a tocar ninguna de las fiestas religiosas de los musulmanes que viven en nuestro país. Pero lo peor de todo es que cuando se critica a los que durante años se han indignado, protestado, cuestionado todo, se ponen de los nervios. Encajan fatal las críticas. Ellos y sus palmeros, claro.