Como en esta semana tenemos la Jornada por las vocaciones sacerdotales, quiero dirigirme en esta ocasión a los jóvenes de Ibiza y Formentera, invitándoles a considerar su vocación. Al escribir este artículo y pensar en ellos, os solicito a quiénes sois lectores de ellos cada semana, que los ofrezcáis a la lectura de vuestros hijos, nietos y sobrinos, como una aportación para su vida.

A los jóvenes, pues, de Ibiza o de Formentera os digo:¡vale la pena ser miembros vivos de la Iglesia, sí, vale la pena! Sabed que ése es el único camino que os conduce a la felicidad y a la vida, por sendas de libertad, de amor y de esperanza.

Vosotros tenéis en el corazón un gran ideal, el deseo de que la vida sea algo grande y bueno, que no defraude. Pero es cierto que os rodea un mundo que no es fácil, a pesar de todas la apariencias; que no os ayuda en vuestros nobles y no pequeños ideales, ni ofrece las respuestas que verdaderamente os importan e interesan para vivir. Por eso os digo, queridos jóvenes: procurad que Cristo sea para vosotros la base de vuestra existencia. Dejad que Cristo sea vuestro camino, ¡el único camino. No os implantéis en nadie más que en Cristo. Que Él os guíe y os guarde en su amor. Que Él sea vuestra alegría. Dejad que Él sea vuestra salvación y felicidad, la fuente de donde brote para vosotros la alegría y la paz. En Cristo descubriréis la grandeza de vuestra humanidad.

¡Cuánto valemos los hombres a los ojos de Dios! ¡Cómo nos quiere Dios! ¡Lo vemos y palpamos en Jesús! Nos ha rescatado de los poderes de la muerte, de la mentira, del odio, del pecado. Él nos ha rescatado con la sangre del Cordero sin mancha, Amad, por eso a Cristo, sin miedo, seguidle, abrid de par en par las puertas de vuestra casa –de vuestra joven y prometedora vida – a Cristo.

Mis queridos amigos, afianzaos en Jesucristo, vivid desde la alegría del mejor amigo que es Él –porque nadie ama más, ni es mejor amigo, que el que da la vida por sus amigos –. ¡Y Él la ha dado por ti, por tus amigos, por los tuyos y cercanos, por mí, por todos! Como decía san Pablo: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús?”. Ahí, en Jesús, está alegría verdadera de vivir. Todo en Jesús irradia alegría. Todo su Evangelio es proclamación de la dicha y de la felicidad que andáis buscando.

Comparto con vosotros, mis queridos jóvenes, el gozo inmenso, la alegría incontenible, que nadie nos puede arrebatar: Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, es nuestro Padre y todos somos hermanos. Somos hijos de Dios. Somos hermanos, somos, sencillamente, hombres queridos por Dios. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, ¡pues lo somos! Ante esto ¿qué podemos hacer nosotros? Ser como Él, buenos samaritanos; como Él y gracias a Él, sentirnos enviados para llevar ese amor a los hombres que piden ayuda, llevar esa alegría de ser amados por Él.

En cada uno de vosotros Dios confía para hacer un mundo mejor. Por eso, a cada uno os encarga una misión, una forma de vivir en el mundo. A unos os pide ser buenos padres o madres de familia, buenos profesionales, misericordiosos con los demás, y a otros os pide: ¡Sed sacerdotes!

El sacerdote es aquel al que Dios llama y él responde, y así sigue a Cristo para servir a los demás, para hacer bien a los otros; un hombre que colabora en la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres nos salvemos y lleguemos al cielo con El. Y por eso ha querido llamar en el mundo a personas especiales para que le ayuden a continuar su obra de salvación hasta el fin de los tiempos. Los sacerdotes son los instrumentos de Dios para que a todos llegue su Palabra, puedan celebrar los Sacramentos y el pueblo camine hacia la salvación.

Dios quiere llamar a jóvenes de Ibiza y Formentera a ser sacerdotes. Y con el afecto que os tengo os lo hago presente. ¡Estad atentos a escuchar esa llamada de Dios! Dios quiere llamar a algunos a que sean puente entre Dios y los hombres.
Animaros, pues, a que escuchéis la voz del Señor y lo que Dios os pida, pues a llevarlo adelante: es el camino de la alegría y felicidad personal, comunitaria. Conozco muchos sacerdotes, hermanos y amigos, que son sacerdotes felices, alegres, contentos con su ministerio. Ellos tienen sus momentos duros, de soledad y desaliento pero siempre encuentran la fuerza y el aliento en el Señor para emprender la tarea diaria de llevar a todas partes el Evangelio. En ese grupo quiero animaros a entrar a quienes de Ibiza o de Formentera el Señor os llame.