El suicidio de Blesa ha sacado lo peor de algunos españoles y ha puesto sobre la mesa que somos un pueblo de envidiosos: odiamos al rico, nos fastidia mucho que otros sean ricos; que Amancio Ortega nos regala máquinas para diagnosticar el cáncer, pues le insultamos, que se habrá creído, que nos va a humillar con sus migajas y retales. El caso de Blesa es distinto porque era un chorizo convicto al que le esperaba un horizonte penal muy duro porque la Justicia en España es lenta, pero a veces funciona y sino que se lo pregunten a Artur o a Baiget y a todos esos que se están yendo por las calicatas ante la posibilidad de que les embarguen los bienes. Hay que ver con qué facilidad el cainismo de peor calaña aflora en las redes sociales y en la bocaza de algunos políticos como es el caso de Coleta Morada. Blesa seguramente se ha suicidado porque era la forma de que su mujer recuperara su patrimonio legal e ilegal, ahora embargado. Es verdad que metiendo la mano en Caja Madrid nos ha fastidiado a todos, pero de las tarjetas black repartidas a troche y moche por este hombre gris también se beneficiaron gente que se decían de izquierda, o sea sindicalistas, socialistas, comunistas que estaban en la poltrona de los consejos de Caja Madrid, verdad Pablo. De esos tipos no te acuerdas nunca. Hay un Malo Único que se ha pegado un tiro, lo que demuestra su estado de desesperación, que por lo menos habría que respetar. Sorprende que algunos desalmados dicen estar en contra de la pena de muerte, que son animalistas y que creen en la redención del penado, pero son los primeros en agradecerle a Blesa que se quitara la vida.