Escuché el jueves la intervención del catedrático y exministro de Educación, Ángel Gabilondo, durante su despedida de la Asamblea de Madrid, donde ha sido portavoz del Grupo Socialista los últimos cuatro años. Recomiendo que la vean entera porque da gusto oír a una persona tan educada, moderada y amable; alejada de la teatralidad y el espectáculo gratuitos que tanto perjudican a la vida política y que desgraciadamente tanto abundan en la actualidad. Hizo un bello alegato al parlamentarismo, al respeto, a la moderación y al consenso. Y también a ser considerados con el resto de personas, también con los adversarios políticos. Solo desde ese planteamiento se pueden alcanzar acuerdos y pactar cosas. Cuando los parlamentos están más fragmentados, eso que recomienda Gabilondo se practica menos.

Los debates en el Parlament son ásperos, ariscos, a menudo con faltas de respeto y desconsideración hacia el resto de diputados y por extensión, a aquellos que les han elegido para representarles. Cada cual se cree en posesión de la verdad absoluta y se considera una debilidad hacer concesiones o admitir que otro grupo pueda tener razón en sus planteamientos. O estás conmigo o estás contra mí. O blanco o negro, no hay matices ni escala de grises. Y se llama Parlamento, que viene de parlamentar, algo que muy raramente se hace, porque cada cual va allí a soltar su discurso que por lo general, solo los suyos escuchan. Los demás están dale que te pego al móvil, tuiteando, sacando fotos, o jugando al Tetris. Los que venían a representar a los más débiles y a hacer que su voz fuese escuchada, han acabado proponiendo que se pueda ir libremente en pelotas donde haya una concesión administrativa en la costa, o que se legalice el consumo de marihuana. Debe ser que ya no hay pobreza infantil o desahucios, que ya se han revertido los recortes que malograron los servicios públicos y podemos volver a atar los perros con longanizas.
Nunca vi un nivel político tan bajo. Es penoso. Algunos a duras penas saben hablar en público. Pero no importa porque ahora que los partidos presentan a los integrantes de sus listas electorales, básicamente lo que en ellos se percibe es un nivel de mansedumbre y aborregamiento que da pasmo. Porque si alguno tiene criterio propio es apartado rápidamente. Para escarmiento general. Por eso oír a Gabilondo es como volver a ilusionarse porque volvamos a ver en la política a alguien de talla. No tallado.