«Hemos ido a un cambio a peor», palabras del ministro de Sanidad, Salvador Illa, la tarde del lunes. Apenas 24 horas antes, centenares de miles de personas se manifestaban en decenas de ciudades del país con motivo del 8M. En la jornada previa, con falsa seguridad, Fernando Simón apuntaba que se trataba de «una movilización de nacionales». 24 horas antes ya se había anunciado la cancelación de la Maratón de Barcelona y de otras muchas pruebas. Desde una semana antes, varias decenas de miles de aficionados del Valencia ya sabían que el encuentro ante el conjunto italiano del Atalanta se disputaría a puerta cerrada. Anoche, el estadio de Mestalla, desangelado, y por sus alrededores, cerca de 5.000 aficionados italianos disfrutando de la luna de Valencia. Y las Fallas, también suspendidas. El mundo del deporte había ido por delante de la gestión política de la crisis del coronavirus que está realizando un gobierno que fluctúa entre las incongruencias y la temeridad. En cuestión de horas pasamos de un gobierno que alienta a la participación en una manifestación con más de 100.000 personas recorriendo las calles de Madrid a un Ejecutivo que cuelga el cartel de cierre total: recintos deportivos cerrados a los aficionados durante las dos próximas semanas; suspensión de todos los viajes del programa Imserso durante un mes o la suspensión de vuelos entre Italia y España. El Consejo de Ministros activó el modo subidón. El número de positivos por coronavirus ya supera los 1.622 y el último balance recogía 35 fallecidos. Las medidas son prácticamente de excepción en Madrid, La Rioja y en la zona de la Vitoria y Labastida. El coronavirus llegó con fuerza entre las incongruencias de un Ejecutivo que acudió al 8M con guantes profilácticos.