Dicen que los amigos se cuentan con los dedos de una mano, así que nos sobran cinco sitios en la cena de esta noche. Si, además, tenemos que eliminar a los que fuman, tal vez consigamos un par de huecos más y cumplamos así escrupulosamente con las nuevas medidas aprobadas por el Govern Balear para contener el avance imparable del número de positivos en estas islas que no son tan nuestras. Baleares nunca ha sido un concepto más allá de Mallorca y en esta pandemia no esperábamos que nada cambiase, tampoco la presunción de responsabilidad personal que nos cargan a las espaldas. Escuchamos a los de arriba hablar sobre nosotros como si fuésemos un concepto abstracto que solo pisan cuando les toca sacar pecho ante reyes y ‘delfines’.

En Ibiza y en Formentera, que tampoco se sienten Pitiusas, nos revolvemos y nos sacudimos las cifras que nos meten a todos en el mismo saco y reivindicamos nuestra autonomía para actuar mejor y salir antes de este infierno. Mientras, seguimos sin entender nada, o tal vez entendiendo demasiado. Cómo puede ser que hace solo un mes se considerasen innecesarios los controles en puertos y en aeropuertos y nos invitasen a recuperar la normalidad en aras de alimentar la economía, para ahora pegarnos en la cara con el guante de la prudencia, pidiéndonos que volvamos por nuestro bien a la cueva. Somos como esos niños a los que tras haberles dejado saltar en el sofá durante horas, amonestan con dureza de pronto por haberlo hecho. Así es como nos sentimos, tutelados, como los menores que no saben todavía cómo volverán a las aulas. Yo no sé ustedes, pero en estos meses no he visto ni a un solo policía poner orden y concierto entre quienes no se calzan las mascarillas o se levantan a aullar al viento. Nos han convertido en niños y en padres al mismo tiempo, en policías de barrio que escupen al aire su indignación cotidiana ante quienes no han respetado ni respetarán la banda sonora de este concierto. Somos el público que aplaude el desconcierto, la falta de solidaridad de una sociedad que se rompió las palmas en los balcones y que hoy inunda de nuevo los hospitales.

Ahora nos cierran las playas y los parques por las noches, porque septiembre está a la vuelta de la esquina y el atardecer se despide antes, pero lo harán a medias, como todo, permitiendo que unos se salten las normas a la torera mientras que otros toreamos para intentar cuadrar los números que no nos salen. Hoteles y agroturismos dan por perdida la partida y comienzan a cerrar sin huéspedes a los que arropar, mientras que restaurantes y bares ven disminuidos sus aforos e incrementadas sus obligaciones. Pretender que la población acate las nuevas disposiciones publicadas en el BOIB por arte de magia, sin un control real ni multas que lo asienten, es como pedir que no se ensucien las calles por respeto y recato: misión imposible. Les toca a los camareros encararse con sus clientes, pedirles que no fumen en las terrazas o que no unan esas dos mesas porque solo pueden juntarse como máximo diez personas. Ellos son quienes tienen que lidiar con las malas caras y con los peores modos en muchos casos. Lo mismo que les ocurre a funcionarios de administraciones o de centros de salud abocados a estudiar defensa personal a distancia ante los modales primitivos de quienes buscan culpables con cara y ojos.

Es todo tan complicado que seguir, improvisar y no saber qué nos deparará mañana se hace tan cuesta arriba que hemos perdido la forma y nos irrita y desmoraliza sabernos gobernados por personajes que nunca han protagonizado ninguna aventura. Se nota que nuestros políticos no saben lo que es tener una pequeña empresa, que desconocen lo que es no dormir por las noches buscando la fórmula mágica para que salgan las cuentas y que ignoran cuánto cuesta en duros tener a varios empleados de baja y no saber cómo seguir avanzando cuando todo son palos en las ruedas. Ellos desde arriba nos miran como si fuésemos los peces de su particular acuario y hacen pruebas con nosotros, porque las mascotas se reponen fácil y lo importante es que sigamos decorando sus salones.

Esta noche nadie vigilará las playas para evitar encuentros que nos devuelvan a la segunda fase, seguiremos viendo por la calle a personajes sin mascarilla y a perturbados en los bares. Esta noche nos acostaremos sin saber nada nuevo y sin tener ni la más remota idea de cómo nos despertaremos mañana, con las libertades y las esperanzas más pequeñas y nuestras islas menos nuestras que nunca.