Me pregunto, dubitativo: ¿a cuánto debe estar, emocionalmente hablando, por supuesto, el kilo o el gramo de perro en comparación a la escuálida carne de visón? Ya sé que a nivel de pelaje no hay ni punto de comparación, ya se trate de un Dálmata, un Galgo Afgano, un Golden Retriever o un caniche. Doy por hecho que al respecto no hay lugar a discusión alguna sobre qué piel es la idónea para confeccionar un abrigo de los caros, ya sabéis: «Mira, esa señora, menudo abrigo de visón lleva». Salvado el escollo de valorar la piel, nos ceñiremos a la carne, y para los más radicales, al alma de ambos animales (¡de tenerla!) que nos ocupan, a saber: el visón y el perro o, viceversa. Porque las dudas que me rondan en la cabeza causándome cierta aflicción, incluso, una sensación soportable de rabia, nacen básicamente por intentar calibrar y entender, no sé cómo, el qué puede llevar a unos ciudadanos a manifestarse en más de veinte ciudades por el sacrificio de un único perro (Excalibur), con disturbios y cargas policiales incluidas en algunas (cual una perfomance postrera en homenaje al belicoso nombre del can) y no hayan movido ni un solo dedo (¡es que ni siquiera el dedo índice del mando del televisor!) por el sacrificio reciente de la nada desdeñable cantidad de más de 92.000 visones.

Mi predisposición innata a pensar mal y a la desconfianza ante ciertas convocatorias o manifestaciones rápidamente me ha empujado a pensar: «Ya está, eso se debe a que cuando sacrificaron al perro gobernaba el PP y en la Comunidad que ha dado la orden de sacrificar los mustélidos hace unas semanas, gobierna el PSOE» (además de que he deducido, gobernando quien gobernaba por entonces, que debieron intentar prolongar el máximo tiempo posible la agonía del pobre animal, mientras que ahora, a esos más de 92.000 visones, con la progresía en el poder, doy por sentado que los habrán sacrificado uno por uno colocándoles una mascarilla hecha a medida conectada a una botellita individual de monóxido de carbono). ¿Es posible que sea eso o tal vez resulta que el sistema nervioso de unos y otros sea distinto y los visones no sufran y lleven con naturalidad su destino de convertirse en abrigo? ¿Se trata, por el contrario, de una desoladora prueba más de cómo un rebaño vacuno de épsilones pueden ser manipulados emocionalmente con fines espurios y lanzados según le convenga al poder a manifestaciones exaltadas? ¿Podría ser que al amparo de la subvención generosa tengamos elementos a los que la vida de un perro o un visón se la traiga al pairo y estén ahí solo para agitar las calles? (¡Un saludo a los sindicatos, dirigentes y liberados. Espero no interrumpir ninguna mariscada!). Y, sobre todo... ¿cómo es posible que su hipocresía y descaro una y otra vez, pese a alcanzar cuotas infinitas de agravio, queden sin denuncia alguna, sin un solo ápice de autocrítica, sin que ningún medio de comunicación de los yupiprogres les señalen con el dedo, aunque solo sea el meñique, para poder decir que en este País alguien mueve algo cuando la obviedad de la falacia es tan grande? Otro día,hablaré del pobre George Floyd. Ahí lo dejo.

A uno le queda la amarga sensación de que si el batiburrillo bolivariano de este país hubiese necesitado ganar unas elecciones Generales con el lema de ‘​OTAN de entrada no’​ y unos meses más tarde no hubiese metido en ella, si hubiese considerado oportuno crear un grupo terrorista y, al mismo tiempo, tenido un Ministro del Interior que trincaba el dinero de los huérfanos de esos mismo terroristas o movidos por su conciencia de lucha de clases se hubiesen apropiado del dinero destinado a la formación e integración de los parados, esa izquierda no solo no hubiese sido borrada del mapa por los siglos de los siglos sino que, además, hasta hubiese podido llegar a gobernarnos (¡gracias a Dios eso no ha pasado!) y el votante de izquierdas puede alzar el puño complacido con su infinita capacidad de tragadera que ridiculiza y en mucho a la de Gargantúa y Patagruel. Estamos creando una sociedad monstruosa donde en la balanza de lo justo y moralmente correcto vale más la vida de un perro que la de 92.000 visones; tendrá que ver esa desigualdad con baremos etéreos o espirituales que a los patriotas o gente que no es de izquierdas, se nos escapan por nuestra escasa capacidad de compresión. A mí, gran defensor de los animales y la naturaleza, la diferencia entre uno y noventa y dos mil, se me antoja muy grande. Lo suficientemente importante como para que al menos hubiesen sacado un grupo de amigos y agitado una pancarta. Y, como no lo entiendo, considero una pena que la izquierda no nos ilumine con esa potestad que solo gozan ellos sobre lo que es correcto o lo que no lo es, sobre cuál es el escrache justo y el que deja de serlo, sobre cuándo la caja B del partido es deplorable o está bien vista, sobre el número de salarios mínimos interprofesionales que convierten a un político en un sinvergüenza y a otro en un defensor del Pueblo o sobre la diferencia entre matar un perro y tan abultada cantidad de visones, .¡Y qué más da, siempre les quedarán las cremitas de Cristina Cifuentes y los trajes de Camps para irse a dormir tranquilos!