Amenudo las noches del toque de queda me sorprenden durmiendo al raso, antiguo ardid que permite esquivar esas multas desproporcionadas que te dejan en bancarrota. La humedad es tremenda, pero me gusta imaginar que el rocío procede de la cocha nacarada de Afrodita. Si revitaliza a los pinos, también lo hará conmigo. Previsoramente en el coche acostumbro a llevar manta de alpaca, botellas diversas y hasta un botijo, tabaco cubano, pan anisado de Es Pins y una sobrasada, poetas malditos, backgammon y baraja de cartas. Nunca se sabe con qué otros vagabundos puedes topar, pero los vicios virtuosos inspiran las buenas compañías y a la noche todas las gatas son pardas.
Noches al raso
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