Sin alharacas, más allá de las celebraciones de algún aniversario entre los comensales, eso sí, perimetrados en mesas de dos o cuatro personas. Es el ambiente que pulsamos el pasado domingo, jornada que algunos bautizaron como «domingo de resurrección». Resurgimiento, pero sin venirse muy arriba. Y digo esto porque para la mayoría del sector de la restauración la apertura vespertina «es una limosna», en el mejor de los casos. Un pequeño respiro para el que dispone de terraza dentro de la injusticia y el maremágnum de medidas orquestadas desde Palma y que siempre tienen a la isla de Ibiza como gran pagana o banco de pruebas. Ese federalismo que todo lo apaña desde el ombliguismo del Consolat del Mar.
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