El cantante Joan Manuel Serrat en una imagen de archivo. | Ricardo Rubio - Europa Press

En estos días tan convulsos que estamos viviendo me viene a la cabeza una frase, un verso. Sin saber muy bien ni cómo ni cuándo este maravilloso órgano que llamamos cerebro me recordó aquello de… la gente va muy bien que cantaba Joan Manuel Serrat en su canción del mismo nombre. Fueron solo unas palabras que luego se convirtieron en estrofas que me demostraron que una vez más el maravilloso cantautor catalán dio en el clavo con este tema compuesto en 1994. Han pasado casi 30 años de aquello pero todo lo que dice, desgraciadamente, sigue estando de total actualidad porque al final formamos parte de un grupo, más o menos heterogéneo, en el que parece complicado salirse del raíl. Ir a contracorriente en nuestros días parece un acto de valentía solo destinado a kamikaces a los que no les importa tirar su vida por la borda o para aquellos que ya nada tienen que perder. Es aquello de conmigo o contra mí. Sin medias tintas. Sin tonalidades, como si no existieran los grises y todo fuera o negro o blanco. Decir algo que no sea, en muchas ocasiones lo políticamente correcto, provoca que inmediatamente seas blanco de todo tipo de insultos, críticas y demás descalificaciones en las redes sociales convertidas en la moderna inquisición. Es como si la masa estuviera pendiente en todo momento de lo que se dice y de cómo se dice para lanzar una caza pública con el agravante añadido del anonimato. De estar escondido tras un hashtag, una dirección ip o un correo electrónico.

Si estás con unos eres un facha. Si estás con los otros eres un radical de izquierdas. Si estás en el centro un tibio. Si te gusta tu bandera mal. Si no te gusta también. Si no publicas según qué cosas en las redes sociales siguiendo la marea eres lo peor. Y si lo haces habrá quien te dirá que es lo que se lleva y buscas no quedarte fuera y quedar bien. Ni siquiera hay ya debate. Los de un lado y otro solo escuchan a los suyos y se ponen orejeras convencidos hasta la médula con argumentos sin sentido y en la mayoría inventados por los que nos quieren llevar por su camino. Esos que en muchas ocasiones son locos con carnet que nos mienten más que hablan pensando que los ciudadanos somos ese grupo que va muy bien «para llenar la cancha y hacer la ola, para dar ambiente, para contarles cuentos, para decir que sí y para decir amén».

Además y por si eso fuera poco siempre quedará el fútbol en nuestras vidas. Cuando usted piense que la vida no le puede ir peor reflexione y siéntase reconfortado porque habrá un partido de Champions League para quitarle todos los males. Para demostrarle que la vida puede ser maravillosa gracias a tres goles de un mismo jugador. Que el espíritu de sacrificio durante 90 minutos de un futbolista nos puede servir de ejemplo para nuestros hijos y que el día a día de alguien que tiene una decena de coches de alta gama, es a lo que debemos aspirar. Que a pesar de que el litro de gasoil esté cerca de los dos euros y de que el precio de la electricidad supere máximos históricos desde hace meses, conseguir una victoria ante el equipo rival siempre será una buena oportunidad para salir a la calle y celebrarla como si no hubiera mañana. Que ver como un equipo remonta a otro sirva para que afloren las lágrimas de forma desconsolada pensando que no hay nada más emocionante que eso. Es ahí donde reside la esperanza, y no en esos cooperantes que no dudan en dejarse la vida por ir a ayudar a personas que nunca sabrán su nombre. La esperanza está en un gol, un regate o una patada y no en aquellos que son capaces de dejarlo todo para defender a sus familias. La esperanza de nuestra sociedad está en la parada o en el fallo de un portero y no en los miles de refugiados de todo el mundo que huyen de sus países para no ser masacrados. Y es que el mismo día en el que Rusia bombardeaba un hospital materno infantil en Ucrania en España celebrábamos la victoria del Real Madrid ante el Paris Saint Germain. Y, por supuesto, durante días solo se ha hablado de lo segundo porque de lo primero...

Habrá quien me dirá que soy un agorero. Otros que un pesimista. Incluso me llamarán aburrido y demagogo y tal vez todos tendrán su parte de razón. Tal vez porque esto que llamamos gente va muy bien para muchas cosas… «para ilustrar catálogos, para consumir mitos y seguir la moda, para construir pirámides, para tirar del carro y hacer el amor, para darles porrazos y venderles ungüentos y como ejemplo de bípedo que llora, se enamora y usa zapatos». Y «para suscribir pólizas, acatar las consignas y pagar el pato». Pero también esto que llamamos gente va muy bien «para enjugar las lágrimas, darse un abrazo, entrar en calor, vencer obstáculos, darnos sorpresas, recobrar la memoria y emplear la cabeza para cambiar la historia y unidos buscar el camino que lleva al Edén».